Viacrucis en la Catedral de Tabasco: una plegaria por los desaparecidos y el dolor de sus madres


Este viernes, en un acto de profunda fe y conmoción, se llevó a cabo la tradicional procesión del Viacrucis en la Catedral El Señor de Tabasco, un evento que no solo conmemoró la pasión de Cristo, sino que también se convirtió en un clamor por la esperanza y la justicia para las madres y familiares de personas desaparecidas.
Desde temprana hora, en punto de las 8:00 de la mañana, el obispo Gerardo de Jesús Rojas López encabezó la ceremonia, elevando plegarias a Dios y a la Virgen María para guiar los pasos de los asistentes. Con voz serena, recordó que la pasión de Cristo es un acto de amor supremo:
“Comenzamos este Viacrucis pidiéndole a Dios que su presencia bondadosa y misericordiosa nos ayude a meditar en torno a su pasión. Ya hemos meditado también, que pasión no es dolor, pasión es amor; meditemos en el inmenso amor que nos tiene Cristo Jesús…”, expresó.
Acompañado por cientos de feligreses, el contingente partió en procesión desde la Catedral. La marcha se tornó solemne al pasar frente al Centro Cultural Quinta Grijalva, antigua residencia oficial del gobernador, donde la imagen de Jesús, flagelado y cargando la cruz, avanzaba lentamente.
Fue en la sexta estación —el momento en que Verónica limpia el rostro de Jesús— donde el acto religioso adquirió una dimensión profundamente humana y social. Las oraciones se dirigieron especialmente a las madres que viven la angustia de no saber del paradero de sus hijos.
“Hay quienes tienen a familiares desaparecidos, ofrezcamos esta estación por ellos. En nuestra parroquia, desde hace unos días, hay un chico que no aparece… Pensemos en el dolor de tantas madres que han perdido a sus hijos y no han contemplado un rostro, no tienen un rostro que acariciar, no tienen un rostro que besar. Por respeto a ellas, vamos a guardar silencio…”, suplicó el obispo, mientras el silencio se apoderaba del lugar.
Una de las escenas más conmovedoras se vivió en la décima tercera estación, cuando Jesús es bajado de la cruz y colocado en los brazos de su madre. Algunos feligreses, visiblemente conmovidos, se acercaron con devoción a tocar la túnica de María o acariciar el rostro ensangrentado de Jesús en la imagen de “la piadosa”, buscando consuelo o quizás expresar su propia pena.
El Viacrucis concluyó pasada el mediodía, cuando el contingente regresó a la Catedral para colocar a Jesús en el sepulcro, acompañado de los símbolos de su sacrificio: la corona de espinas, los clavos y la lanza que perforó su costado. Junto a la tumba, permanecía “la dolorosa”, la Virgen María, velando el cuerpo de su hijo en un acto de amor y sufrimiento eterno.
Este Viacrucis no solo fue una expresión de fe, sino también un espacio para visibilizar el dolor de quienes cargan con una cruz silenciosa: la ausencia de sus seres queridos.