La noticia llegó a Tekax como un golpe seco: familiares de Joel Lizandro López Collí, de 15 años, les notificaron del hallazgo de su cuerpo sin vida, después de semanas de búsqueda y de un silencio que se hizo costumbre en los teléfonos apagados. Encuentran cuerpo de joven desparecido; faltan cuatro, repiten ahora entre vecinos y colectivos, intentando nombrar una tragedia que empezó como una “oportunidad” de trabajo para ayudar en casa. El viaje que debía significar un ingreso extra para la familia de Joel terminó inscrito en la lista de historias rotas que cruzan el sur de Yucatán y el Caribe mexicano.
Según relatan habitantes de Tekax y Akil, el adolescente y otros muchachos aceptaron una propuesta para trabajar como ayudantes de albañil a finales de octubre, convencidos de que ese empleo podía ser su puerta de salida a la presión económica cotidiana. La ruta parecía sencilla: salir en grupo, confiar en un reclutador foráneo y regresar con algo de dinero, pero pronto las llamadas se cortaron, los mensajes dejaron de llegar y la incertidumbre ocupó cada conversación familiar. Desde entonces, el caso se convirtió en referencia obligada cuando en los pueblos alguien menciona ofertas laborales que llegan desde fuera y que nadie termina de saber quién respalda.
La desaparición que encendió las alarmas comunitarias
La ausencia de Joel y de los otros adolescentes no se notó de golpe, sino como un silencio que empezó a preocupar cuando los días pasaron sin una sola señal de vida. Las familias, primero incrédulas, fueron atando cabos: un reclutador desconocido, promesas de pago, transporte resuelto por terceros y ninguna claridad sobre el sitio exacto donde trabajarían. Encuentran cuerpo de joven desparecido; faltan cuatro, insisten hoy quienes recuerdan que todo comenzó con un “no te preocupes, yo los llevo y yo los traigo”.
Con el paso de los días aparecieron nombres y rostros: Joel, Mauricio Alonzo, Sandi Chel y al menos otro par de jóvenes cuyos datos aún se mantienen con mayor reserva pública. Colectivos de búsqueda de la región, como Xtabay y Madres Buscadoras Francisca Mariner, se sumaron a las denuncias para intentar que el caso no quedara perdido entre las decenas de reportes diarios en el sureste. A cada publicación en redes sociales se sumaban nuevos testimonios sobre intentos de enganchar a menores con promesas similares, dibujando un patrón que ya pocos se atreven a llamar casualidad.
Búsqueda oficial y redes de apoyo
La investigación oficial arrancó cuando las familias presentaron denuncias formales ante la Fiscalía General del Estado (FGE) de Yucatán y se activaron mecanismos de búsqueda específicos para menores. En ese contexto se emitió una Alerta AMBER con la descripción física de Joel y datos de contacto para recibir cualquier información ciudadana, mientras los colectivos acompañaban a la familia en los trámites y en las jornadas de difusión. Paralelamente, las cifras recientes de la Comisión Nacional de Búsqueda sobre desapariciones en el sureste daban una dimensión más cruda del problema: decenas de casos abiertos en la región y un número creciente de personas localizadas sin vida.
En los comunicados oficiales se repite la promesa de agotar líneas de investigación para esclarecer cómo murió el joven y qué relación tuvo el viaje con posibles redes delictivas, mientras se mantiene la búsqueda de los cuatro adolescentes restantes. Las familias, en cambio, resumen su expectativa con una frase sencilla: quieren saber la verdad, encontrar a los que siguen ausentes y no volver a leer que “se hizo todo lo posible” cuando ya es demasiado tarde.
Un patrón de ofertas laborales riesgosas
El caso de Tekax no es un episodio aislado, sino parte de un patrón que colectivos y reportes periodísticos han documentado: jóvenes, casi siempre de comunidades con oportunidades limitadas, son enganchados por desconocidos que ofrecen empleo, transporte y hospedaje. Muchas de esas promesas se cierran por mensajes o llamadas rápidas, donde la urgencia de “salir adelante” pesa más que cualquier duda sobre la identidad real de quien contrata. En varios expedientes recientes se repite la misma secuencia: salida en grupo, contacto roto a los pocos días y, en el mejor de los casos, un hallazgo con vida tras semanas de presión pública.
En este contexto, las organizaciones que acompañan a familias de desaparecidos piden campañas preventivas dirigidas específicamente a adolescentes de zonas rurales, donde las redes de protección institucional se sienten lejanas. Su demanda va más allá de la reacción una vez que alguien desaparece: proponen filtros y monitoreo a las ofertas laborales difundidas en comunidades vulnerables y en redes sociales locales, así como protocolos claros de actuación cuando se detecten patrones de enganche.
Quintana Roo, Yucatán y el mapa de las desapariciones
Los datos oficiales muestran que el sureste vive un repunte crítico de desapariciones, con Quintana Roo y Yucatán concentrando un número creciente de fichas de búsqueda en los últimos años. En 2025, por ejemplo, se reportan centenares de personas no localizadas en el estado caribeño y decenas más en la península, mientras parte de las víctimas aparecen después sin vida, lo que deja a las familias atrapadas entre la esperanza y el duelo. Cada nueva historia como la de Joel se suma a un registro estadístico que, lejos de ser una abstracción, se mide en velas encendidas, marchas silenciosas y expedientes que avanzan con lentitud.
En paralelo, organismos nacionales e internacionales insisten en que el aumento de cifras exige respuestas estructurales, desde mayor capacidad de investigación hasta coordinación real entre estados y federación. Para las familias de Tekax y Akil, sin embargo, la discusión es mucho más simple: lo urgente es encontrar a los cuatro jóvenes que siguen desaparecidos y asegurar que nadie más tenga que subirse a un transporte “de trabajo” sin garantías de regreso.
Dolor comunitario y exigencia de justicia
En la colonia San Ignacio, en Tekax, la espera se transformó en duelo cuando se confirmó el fallecimiento de Joel y la comunidad comenzó a prepararse para despedirlo. Las calles que lo vieron crecer ahora son escenario de abrazos contenidos, rezos y conversaciones en las que la indignación se mezcla con el miedo a que otros adolescentes sigan el mismo camino. Encuentran cuerpo de joven desparecido; faltan cuatro, repiten quienes se organizan para mantener viva la búsqueda y evitar que la historia se cierre en una sola cruz con nombre y apellido.
La muerte de Joel dejó una pregunta incómoda flotando en la región: cuánta responsabilidad recae en quienes reclutan, en las autoridades que reaccionan tarde y en un sistema que obliga a menores a migrar por trabajo sin redes de protección efectivas. Mientras no haya respuestas claras ni resultados visibles, cada nueva oferta “milagrosa” de empleo para adolescentes pobres será vista con desconfianza, pero también con la tentación de quien sabe que, en muchos hogares, el dinero no alcanza ni para terminar la semana.
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